Capítulo 4: El lado positivo

viernes, 14 de octubre de 2011

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Había que subirse a una banqueta para poder llegar a coger los platos.

La mecánica de fregarlos era cuánto menos rudimentaria. Subir escalón, coger platos, bajar escalón, al friegue. Fregar a mano, agachado sobre una pileta donde apenas caben tres, con un estropajo de los verdes, y colocar la vajilla limpia sobre una diminuta superficie de mármol.  Limpios no cabían más de diez, así que enseguida había que hacer un viajecito fuera del cubículo para colocarlos en su respectivo lugar.



Levantó la vista para comprobar cuantos platos quedaban. La montaña casi alcanzaba el techo. La imagen era espeluznante. <<¿A cuantos clientes hemos atendido hoy?>> - pensó. <<Por lo menos hay que andar menos...>> - se dijo a sí mismo tratando de buscar el lado positivo del asunto. Miró el reloj. Las dos de la mañana. Se asomó y vio que aún quedaba gente en el patio. Dos o tres mesas. El Guindilla se dirigía hacia él. Volvió a su puesto, a fregar platos, no quería recibir más gritos. Al menos esa noche no.

- ¿Como vamos chaval? Uf, ya te puedes espabilar, o estarás fregando hasta el día del juicio final. 

- Si hubiera un lavavajillas se tardaría mucho menos, además de ahorrar agua y jabón - contestó el novato moviendo el bote de fairi delante de la cara del Guindilla.

- Claro muchacho, ahora mismo vamos a explicárselo al jefe, a ver que le parece. ¿Que te crees? ¿Que le llaman el Goblin por su gran inteligencia, comprensión y saber hacer? Nos gruñiría sin más... 

El joven aprendiz de camarero rechistó, más para sí mismo que para su interlocutor, y siguió fregando. Un plato, otro plato, y otro y otro... aquello iba a ser interminable. El Guindilla se apoyó sobre la pared, se ajustó el boli de clic sobre la oreja, sacó un paquete de winston del bolsillo de su camisa blanca y se encendió un cigarro con parsimonia. Por lo visto no tenía mucho trabajo en el salón. <<Bien, debe quedar muy poca gente, queda menos para que se acabe este infierno...>> - pensó tratando de buscar el lado positivo.

Estuvieron unos minutos así, en silencio, cada uno a lo suyo. Uno fregando sin parar y el otro fumando a su lado, observándole, pensativo. Al cabo de unos minutos, el Guindilla rompió el silencio.

- Vamos a ver si estás preparado para el trabajo de verdad, o lo de esta noche ha sido un golpe de suerte...

<<Lo mío fue suerte...>> - pensó. <<...de no haberla tenido me habría meado.>>

- Imagina el restaurante a rebosar, sábado por la noche y tal. Hazte una idea. Ya no das abasto, el trabajo te supera por completo y de repente llegas a una mesa para tomar la nota de los cafés. Y entonces te piden un café con leche, tres cafés solos, uno de ellos corto de café, el otro largo y el otro tocado de ron con sacarina, dos cortados, uno normal pero con la leche templada y el otro descafeinado de máquina, corto de café, leche muy caliente, con hielo y tocado de orujo, entonces... ¿que harías? - aspiró el cigarro, mirando fijamente a su alumno.

- ¿Esto que es? ¿Uno de esos libros de "elige tu camino"? 

- Vamos novato, dime, ¿que harías? 

- Bueno pues supongo que tomaría nota de todos los cafés con un boli como ese que llevas en la oreja, me vendría a la cafetera y los haría, ¿no? 

El maestro dio una fuerte calada a su cigarro mirando a su alumno con gesto inexpresivo. Prosiguió sin hacer caso de la respuesta.

- Supongamos que de camino a la cafetera, alguien de una mesa cercana te pide un vaso de agua. ¿Que harías entonces?

- Pues nada, llevaría un vaso de agua aprovechando el viaje. - <<¿a donde quería llegar este tío?>>, pensó

- Imaginemos que haces todo eso, y cuando vas con la bandeja cargada, te gritan de otra mesa, con muy malos modos, diciéndote que llevan más de una hora esperando. ¿Que haces ahora? - el Guindilla fumaba con la izquierda, mientras con la derecha hacia clics intermitentes con su boli que de repente ya no estaba en su oreja.

- Pues iría a la mesa y le preguntaría que es lo que le falta. - respondió el novato mientras dejaba de fregar. La cháchara del Guindilla empezaba a ponerlo nervioso.

- Ya, pero es que llevas en la bandeja seis cafés, que casi no te caben y pesan lo suyo, mientras escuchas la bronca de este cliente, que te dice que tú deberías saber lo que le falta, la mesa grande empieza a quejarse de que los cafés no llegan y el del vaso de agua empieza a mirarte mal porque...

Y entonces el novato explotó.

- ¡Pues los mando a la mierda, joder! ¡Tiro los cafés al suelo y me cisco en la madre que los parió a todos!

Un instante después reflexionó sobre lo que acababa de decir y se quedo mudo. Miraba a su maestro sin mover un músculo, como esperando a que el Guindilla explotara también, poniendo fin a aquel trabajo infernal. El viejo camarero, curtido en cien batallas, ni se inmutó. Devolvió el boli de clic lentamente a su posición original, en la oreja, le dio una fuerte calada a su cigarro consumiendolo por completo, lo lanzó al agua de la pileta de fregar los platos, miró hacia el techo del cuartucho y dijo:

- No, no puedo enseñarle... el chico no tiene paciencia. Hay mucha cólera en él... mmmh, no, no está preparado...

Se dio la vuelta y salió del habitáculo. Un segundo después gritó:

- ¡Vamos novato! ¡Sigue fregando! ¡Quiero llegar a casa antes de que salga el Sol!

El joven aprendiz miró una vez más a la montaña de platos sucios que se alzaba sobre él, amenazante. Y entonces lo comprendió. Señaló a la montaña con su dedo índice y dijo:

- Vale, ya lo pillo, montaña del infierno, lección número tres: Aquí no hay lado positivo...


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