Capítulo 12: No está el horno para bollos (I)

domingo, 12 de febrero de 2012

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- Es que no os puedo dejar solos - dijo el maestro Guindilla mientras colocaba unos platos limpios junto a otros sobre el mármol de la cocina - Me ausento un día y aquí no viene nadie. - dijo burlándose de su jefe.

El Goblin miró a su camarero, movió enérgicamente el cuchillo jamonero frente a su cara y dijo:

- ¡No hagas que conteste a eso sino quieres acabar mal! ¡Venga a preparar el patio! ¡Que abrimos a las siete y ya estoy escuchando a la gente desde aquí haciendo cola!

El Guindilla puso una mano en el pecho de su alumno y le empujó suavemente, sin apartar la vista de la de su jefe.

- Vámonos de aquí chaval, que no está el horno para bollos. - Iba diciendo mientras salían de la cocina.



Lo que ocurrió el día anterior no volvió a suceder jamás. La gente hacía cola de nuevo para entrar, pero algo había cambiado. Se notaba cierto alivio en el ambiente. No es que no hubiera trabajo, de hecho había muchísimo trabajo y siempre llegaba a casa acompañado por el Sol, pero la gente era diferente. Generalmente ya no tenían tanta prisa y eran muchísimo más educados que los clientes que acudían en los días anteriores.

- ¿A que se debe esta tranquilidad, maestro? - preguntó el novato de camino a la barra. Iba cargado con una bandeja llena de vasos sucios. En la mano derecha llevaba un mechero y estaba encendiendo el cigarrillo del Guindilla, que parecía tener menos cosas que hacer que su alumno.

- Lo peor ha pasado, zagal. Los clientes de septiembre son muy diferentes. Nadie sabe a ciencia cierta que es lo que provoca esto, puede que la temperatura más relajada... ¿quien sabe? Pero se agradece, ¿verdad? - contesto el viejo camarero, mientras calaba pausadamente su cigarrillo.

El que no parecía estar tranquilo y relajado era el dueño del asador. El Goblin, desde aquel día fatídico en que los clientes no aparecieron, estaba irascible y gritaba a la mínima oportunidad.

- ¡Para eso os pago! ¿¡Para que estéis de cháchara, fumeteando?! - gritó desde el infierno de la cocina. Asomó el cuchillo por la puerta - ¡Moved el culo!

Pero a parte de los gritos y amenazas cuchilleras del Goblin, la vida en el asador era soportable. El novato empezó a encontrarse mejor de ánimo, incluso llegando a pensar que quizás podría dedicarse al viejo oficio hostelero de por vida. <<Al fin y al cabo, si que va a ser esto mi destino>>, iba pensando un día cuando se encontró de frente con una mujer que se había colocado en su trayectoria y lo miraba fijamente. Iba vestida con pantalones grises de pinza, chaqueta a juego y camisa blanca. Llevaba un maletín de cuero blando en la mano izquierda y un boli en la derecha.

El novato miró su reloj y comprobó que aún no eran las siete de la tarde, así que le dijo:

- Buenas tardes, lo siento, aún está cerrado. Abrimos en ... - pero ella le cortó.

- Esto es una inspección de sanidad. ¿El dueño o encargado, por favor? - dijo de manera mecánica. El novato se quedó mudo durante unos segundos. Su cerebro empezó a funcionar a marchas forzadas. <<Soltar bandeja, correr hasta la tapia del patio, saltar y seguir corriendo por la calle como alma que lleva el diablo... ¡Ah, no! Que eso era si venía una inspección de trabajo. ¿Que diablos tenía que hacer con una de sanidad? A mi nadie me ha dicho nada al respecto>>. Tras el momento de meditación, señaló con la mano hacía el interior de la cocina. No hizo falta más. La mujer se giró rápidamente y entro en el habitáculo del Goblin.

- ¿Quién era? - preguntó el maestro Guindilla, que se había acercado a su aprendiz al ver que la mujer entraba en la cocina.

- Sanidad - contestó

- Mierda, estamos perdidos. - fue la respuesta de su maestro. Los gritos no tardaron en llegar.

- ¡A mi nadie me dice como llevar mi negocio! ¡¿Que mierda es esa de la extracción de humos?! ¿¡Termostatos en las neveras?! ¿¡Pero que me estas contando!? ¿¡Un lavavajillas?! ¡Ya tengo uno, se llama Novato! ¡¡Sal de aquí si no quieres que use este cuchillo contigo, y luego te ase en las brasas!! - gritaba el Goblin mientras perseguía a la inspectora por el salón del restaurante. La mujer corría como si le persiguiera el mismísimo diablo. Y no era para menos.

- ¡Tendrás noticias mías! ¡Muy pronto! - fue lo último que dijo la mujer del traje antes de desaparecer por la puerta del restaurante.

El Guindilla sacó lentamente su paquete de Winston, extrajo otro cigarrillo y se lo llevó a la boca. El novato sacó su encendedor y le dio fuego de nuevo. Tras una larga calada dijo:

- Estamos perdidos del todo.


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