Nauseas, mareo, olor a habitáculo cerrado, humedad...
Abrió ligeramente los ojos y se encontró a su madre mirándolo de cerca. Su mera presencia le tranquilizó. Estaba en casa y eso significaba paz, comida caliente en buen estado, y lo mas importante: El señor Hateman estaba lejos, muy lejos de aquella madriguera de seguridad que era la casa de sus padres. Cerró los ojos para tratar de volver al mundo de los sueños, donde no existieran hoteles, ni camareros argentinos demasiado listos, ni montañas de platos sucios que recoger. Por un instante pareció conseguirlo, mas una voz inconfundible, rasgada y estridente sonó en su cabeza transportándole irremediablemente al mismísimo infierno.
- Hostias, pero si está medio muerto. ¿Que ha dicho el medico? Mire que tenemos la jodida navidad encima y yo necesito a este tío.
La voz fue alejándose paulatinamente y su mente lo llevó lejos de allí, protegiéndole. El tiempo se volvió borroso y difícil de medir. Era imposible saber con certeza cuando había sido la ultima vez que ocurrió, pero sus ojos volvieron a abrirse de nuevo. En esta ocasión la visión fue todavía mas gratificante. Esta vez era ella quien lo miraba con cara de preocupación. Se había soltado el moño y su frondosa melena rubia caía con gracia a escasos centímetros de su nariz. El olor a champú era reconfortante. La comisura de sus labios se suavizó tornándose en media sonrisa al ver que él la miraba embobado, pero aquello no duró mucho. Sus ojos volvieron a cerrarse en contra de su voluntad y se perdió inexorable en un mar de sueños reparadores. Ella había venido a verle y eso era mas eficaz que cualquier medicina que estuvieran dándole.
* * *
- Vamos a ver, muchachos. Tenemos que cubrir el rango del Correcaminos, y como se mueve mas rápido que la madre que me parió, aquí no va a librar ni Cristo, ¡hostias! - dijo mientras tachaba con su bolígrafo rojo todas las letras “L” del papel. - ¡Circulen! - sentenció y todos rompieron filas sin protestar. Sabían de sobra que tampoco serviría de mucho. Eran unas medidas completamente desmesuradas, pues para suplir el trabajo de un camarero no era necesario que toda la plantilla estuviera presente a todas horas durante toda la baja. También sabían otra cosa. Discutir con su jefe solo podía acarrear no librar hasta el día del juicio final.
El médico de la seguridad social dictaminó una gastroenteritis aguda por ingesta de alimentos en mal estado. Quería darle mas tiempo de baja, pero el Novato se negó. El miedo a terminar en la calle era superior a cualquier malestar estomacal, por fuerte que este fuera. Aún así no pudo evitar la semana de rigor, que pasó entre vomiteras, sorbos de suero ayudado por una cucharita y horas de sueño, muchas horas de sueño intranquilo.
Pero sobrevivió.
Allí estaba de nuevo después de todo, en el vestuario, tratando de rascar unos minutos de descanso antes de empezar la jornada. La dieta a base de suero liquido le había dejado sin fuerzas ni para mantenerse en pie.
- Tas, miente, dime que aún queda algo de tiempo. - trató de articular mientras se incorporaba en la vieja hamaca.
- Ya me jodería a mi. - respondió aquél levantándose y ofreciendo su mano.
- ¿Que te jodería a ti ahora? - Aquél argentino listillo siempre tenía esa frase en la boca que le sacaba de sus casillas.
- Pues eso flaco, ya me jodería a mi laburar ahora, con el lomo hecho mierda, tener que aguantar la raca de tus compañeros y todo eso. Que llevamos una semana doblando turnos y sin día franco, Correcaminos. - dijo aquella última palabra con un ligero tono irónico, riéndose al parecer del nuevo apodo que el señor Hateman le había puesto.
El novato se agarró a la mano de su compañero y decidió no responder, pero no pudo evitar tragar saliva ante la perspectiva de trabajo que se le presentaba. Bastante duro era ya aguantar el ritmo normal como para tener que soportar además un ambiente hostil por parte de sus compañeros.
Nada es importante, nadie tiene mas prisa que yo, el cansancio y el dolor estomacal es puramente psicológico… - iba diciéndose a si mismo mientras ascendía por el sinuoso pasillo de camino a la cocina.
Leches, pues no parecen enfadados ni nada parecido. - pensó observando como sonreían y comentaban lo duro que era trabajar sin poder ir a mear o cagar, algo que él había experimentado ya en todas sus variantes - Hasta se alegran de verme.
Estas cosas solo las puede hacer él. - pensó el Novato mirando como lo zarandeaba con toda la normalidad del mundo, como si Luke fuera uno mas. - Cuestión de tamaño. Una cabeza le saca en concreto.
- Hoy trabajarás con Tas y tratarás de hacerlo como lo hace él, ¿de acuerdo?
¿Como que soy lento? Pero si me llama el Correcaminos.
Su respuesta sin embargo fue asentir con la cabeza. Si una cosa había aprendido en este tiempo de oficio es que discutir con el mando superior nunca servía de nada. Si además tienen razón la cosa se complica mucho más. Y Luke, el segundo Maître del infierno la tenía.
En cuestión de una hora el Novato pudo comprobar en directo porqué él era lento recogiendo platos. Lo tuvo muy claro cuanto vio a Tas moverse por las mesas. El argentino entraba por un extremo del rango de mesas con las manos vacías y sin parar de moverse, girando sobre si mismo, recogía platos con una mano y los cargaba sobre la otra, que movía incluso por encima de las cabezas de los clientes, moviéndose entre las mesas, pasando de una a otra girando siempre en la misma dirección. Pasaba como digo, desde un extremo del rango hasta llegar al final del mismo, diez mesas más allá, como un torbellino que atraviesa sin detenerse una ciudad, arrasando con todo. Cuando terminaba de girar llevaba una cantidad de platos sobre el brazo que rompía toda ley de la física que se le pudiera pasar a uno por la cabeza.
Ahora lo entiendo, - pensó observando detenidamente a su compañero. - le llama Tas por el demonio de Tasmania. Y yo, por mucho Correcaminos que me crea, soy lo de siempre. Un Novato a su lado.
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