Capítulo 2x07: Be Water

domingo, 26 de octubre de 2014

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- Leches, me duele hasta el pelo. - pensó el Novato en voz alta mientras se sentaba en una hamaca vieja y rota, que se sostenía a duras penas apoyada de cualquier forma contra la pared del vestuario de camareros.

- Fuma. - dijo el Maquina ofreciéndole un cigarrillo de un paquete arrugado que sacó del bolsillo de su pantalón negro de pinza. Arrugado y mojado de sudor, como pudo deducir por el estado del paquete. No era para menos. Acababan de terminar el turno de desayunos y ya estaban reventados, literalmente. Desde que empezara a trabajar en ese maldito hotel muchas cosas habían cambiado en su vida. Su cuerpo se acostumbró a dormir una media de cinco horas al día. Incluso cuando llegaba su día de descanso apenas conseguía dormir, levantándose de madrugada como si tuviera que ir a servir los desayunos. Perdió cerca de once kilos en las primeras semanas, en parte debido a la gastroenteritis que padeció nada más empezar y en parte debido a la falta de apetito, que se había esfumado como si su cuerpo se negara a recibir el sustento energético mínimo. Su aparato digestivo conspiraba contra él y todo alimento, por ligero que fuera, le sentaba mal. Así que su dieta se componía principalmente de bebidas isotónicas excesivamente azucaradas. Y tabaco, siempre que le ofrecían por supuesto, que aún no había cobrado y el presupuesto no daba para tanto.




Fumaron despacio y en silencio, tratando de absorber en cada calada un poco de paz y tranquilidad. Pero allí los descansos entre turnos duraban eso, lo que dura un cigarro. Así que en menos de treinta minutos estaban ya en plena vorágine hostelera.

- ¡Mesa, hostias! ¿Es que está ciego, Correcaminos? ¡No me haga ponerme el disfraz de Coyote! - gritaba el señor Hateman al pasar por su zona de mesas.

Había gente por todas partes. La doble fila de mesas estaba constantemente ocupada por clientes que eran conducidos al interior del comedor por el Maître, cada vez que una mesa quedaba libre. Si hubieran permanecido quietos el asunto hubiera sido bien sencillo, pero los clientes tienden siempre a hacer las cosas que más obstaculizan a un camarero. Andar por el pasillo a velocidad de tortuga y pararse a hablar con alguien justo cuando el camarero llega a su altura cargado con cuarenta y dos platos. Tratar de ayudar cogiendo algún vaso directamente de la bandeja lo que provoca que se desequilibre y uno tenga que hacer malabarismos para evitar el desastre. El día se hacía verdaderamente peligroso cuando en el buffet servían sopa. Háganse cargo. La inmensa mayoría, por no decir todos los clientes del hotel en esas fechas eran ingleses jubilados. Ahora imaginen cómo dejaban el pasillo, cargados con un plato de sopa entre sus temblorosas manos.

Así que al final pasó lo que tenía que pasar.

- ¡Mesa! La tengo lista en "cerocoma " - respondió el Novato. Justo en ese momento ya estaba allí el Demonio de Tasmania que, dando vueltas sobre sí mismo, se había detenido junto a la nueva mesa libre. En lo que uno tarda en pestañear, Tas tenía el brazo izquierdo ya cargado de platos, cubiertos y vasos mientras tiraba con la mano derecha del mantel sucio, dejando la mesa lista para ser montada. El Novato se movió rápido. Al menos todo lo rápido que uno podía moverse entre aquella aglomeración de gente que decidió detenerse justo cuando él se disponía a pasar. Fue en ese momento cuando recordó una conversación que el argentino y él habían tenido hacía apenas unos días. Tenías que ser como el agua, decía aquél muy convencido.

- Be water, pibe, be water.

- No se si entiendo muy bien a qué te refieres. - contestó el Novato. Cada vez entendía menos a su compañero de rango, quizás en parte por el uso de expresiones típicas de su tierra y en parte también porque estaba como una auténtica regadera.

«Ser como el agua. - entendió de repente y en su mente todos aquellos clientes se convirtieron en rocas y piedras, imperfectas, de un gran río imaginario que serpenteaba agreste, casi salvaje, entre las mesas. - Claro, el agua soy yo

No se lo pensó dos veces. La palma de la mano se adhirió firme bajo la bandeja metálica que sostenía las copas limpias, se tensaron los tendones del antebrazo donde descansaba el mantel y la mano derecha aferró con fuerza los cubiertos. Se lanzó sin más dilación a través de los clientes, siguiendo el camino laberíntico que su mente trazaba entre aquellos ingleses, como si del mismísimo Missisipi se tratase. Giro de cadera y brazos en cruz para pasar entre aquellos dos, levanta la bandeja por encima de la cabeza de aquella aprovechando que no es muy alta, dobla a la derecha para esquivar a aquel otro.

Todo iba bien y ya casi veía la mesa libre, su objetivo inalcanzable al final del túnel, cuando lo vio. Apenas tres minúsculas gotas de sopa le esperaban en el suelo, a un paso, frente a su trayectoria. No tuvo tiempo de reaccionar. La suela desgastada de sus zapatos tampoco ayudó. Se resbaló con todas las letras.

La pierna derecha se deslizó hacia delante provocando que todo su cuerpo se desequilibrara. Trató de mantenerse en posición vertical, pero la inercia pudo más, gracias a la velocidad a la que iba. La bandeja se desplazó lo suficiente para que todas las copas volaran por los aires. Un golpe sordo anunció el impacto de la espalda un segundo antes de que una lluvia de copas cayera sobre él, rebotando hasta estrellarse contra el suelo, rompiéndose en cientos de minúsculos cristales que se esparcieron a su alrededor. Para colofón y final de fiesta, el mantel llegó por último, como si hubiera esperado suspendido en el aire el momento propicio, para acabar golpeando directamente en su cara.

Un sonoro "wuuuuoooooooo" retumbó por toda la sala, proveniente de las bocas de cientos de ingleses que, levantándose al unísono, lo miraban ahora a él. Había pasado de ignorado novato a protagonista de un sketch de Benny Hill. Cuando creía que ya nada podía ir a peor, alguien tiró del mantel, descubriéndole la cara. La Rubia lo miraba directamente a medio palmo de sus narices.


- ¿Estas bien? Menudo golpe te has dado. - y en su cara se dibujó la media sonrisa más hermosa jamás vista. Al menos jamás vista por un camarero. Novato. De Hotel... Bueno, ya me entienden.

- prfuffbrooua grooosssbfdse - respondió aquél, inmóvil por miedo a clavarse algún cristal de los miles que le rodeaban, entre otras cosas.

- No, parece que no está bien, no es capaz de articular palabra. - la Rubia hablaba con Superpepelu, el camarero que se encargaba del rango de al lado. Había aparecido de la nada armado con escoba y recogedor y ya estaba barriendo aquel desaguisado. El Novato tuvo que hacer de tripas corazón y tras un esfuerzo titánico consiguió reincorporarse. La Rubia le tendió la mano, frágil y firme al mismo tiempo y él le dio las gracias.

- grfgscsssfhss 

La Máquina llegó a su lado a toda velocidad, cargado con una bandeja de copas. Se agachó un segundo, apenas sin detenerse, recogió el mantel del suelo lanzándolo por encima de los clientes que miraban asombrados como sobrevolaba sus cabezas hasta caer en las manos de Tas, que estaba ya al lado de la mesa libre. Un brusco movimiento de brazos y la tela blanca se adaptó a la tabla de madera con precisión milimétrica. El Mistela apareció también, colocando los cubiertos. La Máquina alcanzó el objetivo y dispuso las copas a toda velocidad. El Novato no podía creer lo que estaba viendo. Habían aparecido todos, cada uno desde sus respectivos rangos, a montar aquella mesa. Algunos venían de muy lejos, como el Mistela, que estaba hoy encargado de la terraza. Era como un grupo de hormigas obreras, conectadas entre sí por su sistema nervioso, ayudando al compañero caído.

Un gran brazo, fuerte como un roble, tiró de él terminando de levantarlo del suelo.

- Amos muchacho, amos, que nos va a pillar el que te cuento. - dijo el Animal mientras le ayudaba a salir corriendo de la zona cero.

Un segundo antes de cruzar las puertas abatibles que daban paso a la cocina, el Novato miró de reojo hacia su rango. El señor Hateman llegaba a la mesa acompañado por un par de clientes, indicándoles con un gesto de su mano cual era la mesa que debían ocupar. Ni rastro de copas rotas, ni rastro de compañeros de otros rangos. Allí solo quedaba Tas, que estaba ya recogiendo en otras mesas.

Entonces, por fin, las palabras del argentino cobraron sentido.

«Ser como el agua. Pero el agua está compuesta de muchas gotas que en solitario no son nada, pero en conjunto son realmente poderosas. Aquellos camareros, todos ellos en conjunto, son el agua.»

- ¡Ahora lo entiendo! - dijo el Novato poniendo sus dos manos sobre el pecho del Animal para detenerle. - Somos como el agua de un río, que se adapta al camino sin perder de vista nuestro objetivo, el mar. El agua, frágil al principio, va adquiriendo la fuerza de otros ríos que se unen. A partir de un determinado momento, su poder es total.

 - Se ha quedao mal, lo hemos perdio… - respondió el Animal empujándolo dentro de la cocina.

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